23 de març del 2016

Enric Granados y Joan Manén

por Daniel Blanch
“Como una pesadilla pesa aún sobre mí su muerte... Creo que hay en nosotros un espíritu innato de rebelión que se opone a que creamos en la posibilidad de que así, de pronto, brutalmente, pueda desaparecer para siempre de nuestro ambiente, de nuestra costumbre, de nuestra vida exterior u afín, un ser con quien nos hemos acostumbrado a contar... Yo no he podido hacerme la imagen de un Granados muerto, definitivo, ya invariable, habiendo dicho la última palabra en su arte, hoy en florescencia y desarrollo creciente... Algo en mi se opone todavía a la realidad, que nos arrebata de un zarpazo, rápido y cruel, como obra el destino, al artista, al compañero al amigo.”

Con estas sentidas palabras el compositor y violinista Joan Manén inició una reseña dedicada a Granados en la Revista Musical Hispano Americana del mes de mayo de 1916. Después de la abrupta y trágica muerte de uno de los más grandes y queridos artistas españoles fueron multitud los músicos que dedicaron algunas palabras en varias revistas y periódicos de todo el país.

La relación artística entre Manén y Granados fue intermitente debido alas extensas giras que el violinista realizó durante las primeras dos décadas del siglo. A pesar de ello pudieron compartir algunas vivencias artísticas muy intensas: numerosos conciertos tocando como dúo por España, veladas musicales compartidas y colaboraron a la vez en numerosos proyectos artísticos en Barcelona entre ellos las “Audicions Graner” que se celebraron en el Teatro del Liceo.

El primer encuentro entre ellos se produjo a finales de 1893 en Barcelona, cuando Manén tenia tan solo 10 años y estaba justo iniciando su carrera artística como niño prodigio. Manén y su padre acababan de regresar de una primera gira por Uruguay y Buenos Aires y consiguieron a través de un amigo común una audición. Nos lo cuenta de esta manera el mismo Manén en sus memorias tituladas “Mis experiencias”: “Mi padre, con el siempre laudable propósito de acopiar pareceres sobre mi futuro, hizo que me oyera un joven pianista y compositor catalán, Enrique Granados, de quien se hablaba mucho a causa de unas danzas españolas bien caracterizadas y de fácil inspiración. Fue simpático y amable, y me oyó con deferencia. Evadió, no obstante emitir su opinión en el acto. Nos la trajo al día siguiente el amigo cuyos beneficios motivaron el que fuéramos a casa de Granados: el dictamen era desfavorable. Aseguraba que yo no poseía disposición para solista y, menos, para músico. Aconsejaba, por lo demás, mi vuelta a la tradición familiar: el comercio. También como en el caso de Mugnone, volví a hallarme con el profeta años más tarde, pero esta vez acompañándome como pianista en varios conciertos por Galícia. Portóse en aquella ocasión, como buen amigo y delicado compañero, divertido e ingenuo, a quien por una rara inversión de situaciones a través de los años, me vi negro, en el primer concierto de La Coruña, para reanimar, consolar y forzar a reaparecer ante el público, porque un pequeño fallo de memoria, en la obra que el programa le concedía, le hizo perder la brújula, el humor y la energía. Durante el resto de la gira no cesó de repetir que no servía para la vida execrable de solista y que la existencia ideal para el hombre era la de dependiente de comercio...”

Durante la primera década del siglo XX, Manén vivía en Alemania y realizaba importantes giras en toda Europa como reconocido violinista virtuoso. A pesar de su apretada agenda artística, anualmente siempre reservaba algunas semanas para permanecer en Barcelona junto a su familia y llevar a cabo algunos conciertos en el Palau de la Música.

El 14 de abril de 1903 durante una de les estancias en Barcelona, Manén tuvo que sustituir de forma repentina a Enric Granados como director de orquesta ya que este, sin explicación alguna, se había ausentado de la ciudad el día anterior al concierto. El concierto que debía efectuarse en el Teatro Novedades tenia como solista invitada a la gran pianista venezolana Teresa Carreño. La pianista, una artista muy exigente y de gran personalidad asentó que si no dirigía Granados el único que podía hacerlo, entre los que se encontraban en la ciudad, era Joan Manén; si no le dirigía él, cancelaría el concierto. Y así fue, Manén aceptó el reto y dirigió, solo llevando a cabo un corto ensayo de media hora, el Concierto de Grieg y la Fantasía Húngara de Liszt. El concierto obtuvo un extraordinario éxito y al finalizar, Teresa Carreño dio un fraternal abrazo a Manén de tan agradecida que estaba por el gran esfuerzo que había realizado (se adjunta la dedicatoria de Teresa Carreño a Joan Manén en la que recuerda su colaboración)
 

Durante esas cortas estancias se relacionó con importantes músicos catalanes del momento y compartió con ellos veladas musicales y tertulias privadas, momentos íntimos de música compartida.
Uno de esos momentos en los que intervino Granados fue el concierto que Manén realizó en Casa de Dessy el 8 de octubre de 1904. Manén presentó un programa con obras para violín de Bach, Lalo, Paganini y del propio intérprete y diversas obras de cámara entre ellas el Terzetto de Dvorak y su Cuarteto con piano“Mobilis in Mobili” interpretado por él mismo al piano (Manén también era un excelente pianista). De esta manera nos describe Pere de Pallejá en la revista “Catalunya Artística” como finalizó la velada: “En el concierto figuraban lo más florido de la buena sociedad musical com los Maestros Granados, Rodriguez Alcántara, García Robles, Lamote de Grignon, Bosch, Martínez Imbert, Dini, Ainaud, Viscasillas... Acabada la importante velada desfilaron casi todos los invitados y fue entonces cuando en la intimidad, Manén, a petición de algunos amigos, se sentó al piano y nos hizo escuchar algunas de sus canciones catalanas originales (letra y música) entre las que sobresalieron “El frare”, “El diví estel” y “El pastor” de bellísima factura. El Maestro Granados, como obsequio a Manén, interpretó de esa manera tan personal algunas de sus danzas y el “Allegro de concierto”. Fue ovacionado por cuantos asistimos a la sesión en “petit comité”. Eran las tres y media de la noche cuando salíamos de esos elegantes salones, satisfechos de haber disfrutado de tanto arte en tan pocas horas.

Ya en 1915, pocas semanas antes de partir hacia Nueva York para poder ver el estreno de sus Goyescas en el Metropolitan Opera, Granados interpretó en Madrid la integral de las sonatas para piano y violín de Beethoven junto a Manén para la Sociedad Filarmónica. Los conciertos tuvieron lugar los días 5, 7 y 8 de noviembre. La crítica de la Revista Musical Hispano-Americana dijo: “en los primeros conciertos, figuraban dos grandes artistas cuya fama de compositores y virtuosos es mas ya que europea. No figuraban en estas sesiones en esos aspectos, sino que se prefirió mostrarles como intérpretes: Manén y Granados fueron llamados para interpretar las diez sonatas de Beethoven, y con un criterio que para nosotros merece la mayor de las alabanzas, dejaron a un lado la especialidad artística que les ha dado su renombre y aparecieron como los oficiantes abnegados y rendidos al altar beethoveniano. Manén y Granados, no olvidaron ni un solo momento que interpretaban música de cámara, sin calenturas ni espasmos. Y no sabemos que aplaudir mas si su estilo depurado y admirablemente sereno, o el carácter, sin estridencias y sin sobresaltos.”


Exactamente el 2 de abril de 1916 Manén debía dar un recital en la sala de conciertos de la Academia Granados. Ante la incertidumbre que había ante la suerte que había corrido Granados y su mujer se decidió cancelar el concierto. Un mes después, Manén finalizaba el artículo dedicado a su estimado amigo de esta manera:

“¡Ha muerto el pobre amigo!... Ha muerto en pleno canto, cuando había resonado allende el mar, en la tierra dorada de las grandes ambiciones y de los desengaños pequeños, su voz de artista excepcional y de la delicadeza, del deseo y de la morbidez... Fue en su arte, entero y compenetrado; dividió, homogénea, su doble personalidad y componiendo o tocando fue siempre él, siempre el exquisito, el delicado, el inspirado, poeta escogido de los sonidos. Ante su recuerdo y el de su fiel compañera, esposa y madre amantísima, ante la muerte, el talento y la abnegación, descubramos y rindamos, entero, nuestro pleito homenaje.”

La fotografía que acompaña este articulo se encuentra actualmente en el “Institut del Teatre” de Barcelona. Fue realizada por el célebre estudio fotográfico de Antoni Esplugas en 1900. En ella vemos a Manén sentado, acompañado de Salvador Pahissa, a la izquierda, Enric Granados en el centro (una imagen poco conocida de él ya que no disponemos de muchas fotografías del compositor de esa época) y a la derecha el pianista y director de orquesta Antoni Ribera.





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